CUANDO AUN NO ERAMOS COBARDES


El sol apretaba en ésta tarde de verano, pero como cada miércoles me dispuse a salir a correr para mantener estos kilos en su sitio. Lo llevaba haciendo todo el año debido en parte a una de esas estúpidas apuestas que se hacen en nochevieja. Si había conseguido llegar hasta el verano cumpliendola no me iba a detener por un poco de calor.
En la calle no había mucha gente, y los pocos que se encontraban en ella estaban en la playa o refrescandose con una "clara" bajo la sombra de una de las muchas terrazas que surgen con el buen tiempo.
Mi ruta no era muy matadora. Empezaba con un poco de llano atravesando unas calles hasta que llegaba a los pies de un gran parque para ir calentando, allí subía la ladera del parque que aunque no era muy pronunciada tenía lo menos cincuenta escalones. Cuando llegaba a la cima me tomaba un respiro contemplando la ciudad. La verdad es que era unos de los mejores sitios para hacerlo. Se veía desde los barcos en el puerto hasta las montañas que nos rodeaban eternamente.
Después de ese descanso me volvía hacia abajo por el mismo lugar por el que había subido, cogía una gran avenida en llano y a pocas manzanas de mi casa me internaba por unos callejones que me ahorraban algo de tiempo y kilómetros. Y ahí me sucedió lo que nunca esperaba que me pasase. Justo al torcer la esquina vi tres personas que no parecían ser muy buenas amigas. Me detuve en seco y vi lo que sucedía. Un tipo alto y con muy malas pulgas cogía por el cuello a un anciano y lo tambaleaba de un lado para el otro como si fuese un pelele; mientras, su esposa lloraba desconsolada y gritaba pidiendo ayuda. En ese momento me quede petrificado y no reaccione por unos segundos. Vi que ninguno de ellos se había percatado de mi presencia y por el contrario cada uno seguía con sus quehaceres; el tipo asqueroso golpeando al viejo y la mujer gritando. Puede que alguno de esos gritos hiciera que despertase de mi trance o que el miedo me hiciese reaccionar. Lo que sí sé, es que me dí la vuelta y eché a corre sin preocuparme del cansancio que tenía hasta que llegue a mi casa y cerré la puerta con todas las vueltas de llave. Me senté en el sofá sudando en frío y me quedé así un largo tiempo mirando al infinito. En mi cabeza solo tenía la imagen de la anciana gritando pidiendo auxilio, hasta que me vino otra aún más terrible. Desde muy pequeño había tenido peleas con muchos chicos del barrio y nunca me había detenido por muy fuerte que fuese el contrincante. Entonces, ¿por qué ahora me había dado miedo aquella situación antes tantas veces vivida?.
La respuesta no la sé. Pero en mi mente solo me venía imágenes de cuando aún no éramos cobardes.

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