NADA ESTA PERDIDO

Julia caminó con paso corto sobre las cenizas de la casa como si fuese la primera vez que lo hacía allí. Caminó por la entrada. Avanzó por el pasillo y se detuvo ante el pequeño salón. Echó un vistazo hacia él y pudo reconocer entre los escombros el viejo aparador de su abuela. Viéndolo quiso brotarle una lágrima en los ojos. Pudo resistirlo y volteó la vista hacia otro lado de la estancia. Era ahora cuando vio los cuadros que antes estaban en la pared, amontonados en el sucio suelo del salón.
El piano regalo de su hermano, la mesa en la que tantas veces habían celebrado comidas y cenas con amigos y familiares, las butacas en las que en invierno se acurrucaban desde pequeños, y la chimenea en la que todo aquello se había consumido en solo un par de horas.
A decir verdad la chimenea no tenía la culpa de aquel descuido. No podían echársela. No cuando durante años fue el centro de reuniones de la casa, en el cual se acercaban a ella para calmar su frío. No había sido culpa de ella.
Ahora si brotaban lágrimas de sus ojos. Aquella imagen de desolación no hacía más que recordarle el pasado. Se enroscó en sí misma como buscando el calor de aquellos años.
Tras ella unos pasos se la acercaron. Ella ni se inmutó. Sabía de quien se trataba. Aquella persona llegó hasta ella y sin aviso la abrazó con todas sus fuerzas. Algo que ella estaba esperando y agradeció con una leve sonrisa. Se trataba de Rico. Su fiel marido y columna de su estabilidad emocional.
-Lo levantaremos todo y volveremos a crear un hogar-le susurro al oído-.
Enseguida se repuso. Sabía que lo que decía era cierto. A fin de cuentas solo se habían perdido cosas materiales. Aún le quedaba lo más importante parar ella. El amor de su pareja.


ROMUALDO.

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