Continuación.
Y efectivamente, a la hora la tormenta se había calmado e incluso entre las nubes se veía algún rayo de sol.
Nuevamente Darío se planteó salir al ver que escampaba. Pero aquella “ruina” mujer al saber el nuevo plan de Darío, volvió a enfurecer el cielo.
Perplejo, el chico se quedó triste frente al cristal con una de las botas en la mano.
Y pasaban los días y las semanas, y la celosa mujer reía de contenta por ver a su querido Darío solo para ella.
Sea como fuere, si no era el tiempo, era otro improvisado contratiempo y Darío seguía sin ver a Camelia.
Pasados mes y medio, por la cabeza de Darío ya no rondaba la dulce Camelia. El olvido se apoderó de su memoria que solo le pertenecía al destino.
Pasados ése y algún tiempo más, al destino se le ocurrió una genial idea para comprobar el olvido de Darío.
Aunque pareciera extraño, por acto del destino Darío y Camelia se encontraron en la calle una tarde.
FIN DE LA TERCERA PARTE DE CUATRO.
ROMUALDO.
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